La Feria

Qué izquierda tan de derecha…

Lleva días el diputado Ricardo Monreal condoliéndose de la ‘afrenta’ al heredero del clan macuspano, quien cercano a los 40 años de edad pide que ya no le digan como desde siempre.

Al líder de los diputados de Morena en San Lázaro, Ricardo Monreal, no le desvelan los padecimientos de la gente sin medicinas, tampoco los de los migrantes mexicanos, ni los despidos por la recesión. Nada de eso.

Lo que al diputado zacatecano le ha parecido más relevante en las últimas jornadas es que llamen con un diminutivo al hijo de 39 años de un político. Hay prioridades, y la de Monreal no son las madres de los desaparecidos, ni los desplazados por la violencia.

Esta izquierda es similar a la derecha que piensa (es un decir) antes que nada en la casta, en la dinastía, en el derecho por vía de la sangre.

Lleva días el diputado Monreal condoliéndose de la “afrenta” al heredero del clan macuspano, quien cercano a los 40 años de edad pide que ya no le digan como desde siempre porque le niegan lo más valioso que, políticamente hablando, tiene: llamarse como YSQ.

Monreal, que presume sus clases de derecho, olvida que su tiempo no le pertenece, que su salario lo paga un país cuya realidad y agobios son muy distintos a un problema de discriminación no sólo inventado, sino insultante para víctimas reales y desamparadas.

Quizá sea por las demasiadas décadas bajo el ala del erario, o por la ambición que le susurra al oído, que abrazar al junior es quedar bien con el genuino dueño del movimiento, o por puro y frío cálculo futurista: quien se mete con tu familia, se mete con la mía, chamaco. Por la razón que sea, el caso es que Monreal no defiende méritos, sino una dinastía. ¿Lo hace porque quiere proteger la propia?

Morena tendrá prohibidas las tribus o corrientes, pero ¿qué tal las familias? Y si dicen que cada cuadro de esos tiene CV propio, entonces que Monreal se dedique a su obligación: que devengue su salario en beneficio de la gente, no de los nuevos dueños del poder.

Son lo que tanto criticaron: una burocracia ensimismada; una pretendida nueva élite sin conciencia de los desfiguros cotidianos en los que su discurso se desmorona irrisoriamente.

En las redes sociales, por ejemplo, se da cotidianamente un desfile de selfies donde desde la secretaria de Gobernación hasta la jefa de Gobierno quieren ser vistos, es decir, en este régimen quieren ser ellas y ellos los protagonistas, no la gente, no el pueblo; ellos: el gobierno.

Lo que no entienden es que esa exhibición les desnuda; que su proclividad, en términos generales, a renovar con inocultable frecuencia su guardarropa es reveladora de unas prioridades que nunca tuvieron, y que se suponía que no necesitaban.

Porque esta izquierda que ahora defiende que se cancele en la Corte la toga igualadora a favor de textiles y diseños de pueblos originarios, es la misma que ya no sabe vivir sin Ferragamo, Burberry o de perdis CH.

Este nuevo “yo izquierdista”, donde se defienden entre ellos antes que a la gente, es muy consistente con ese espíritu de derecha que presume un aeropuerto militar antes que más Metro; una policía militarizada y no civil; que persigue migrantes antes que usar el multilatelarismo para impulsar un nuevo orden; que con acordeones tutela el voto de los más pobres al pisotear libre albedrío; que dice cuándo el soberano pueblo ha de recibir información de asuntos relevantes y cuándo ha de renunciar, por seguridad nacional, a su derecho a la información; que vulnera pueblos originarios al privilegiar las obras del gobierno, y que prefiere dispersar algunos miles de pesos a brindar salud y educación, y gestionar empleos de calidad.

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