Integrante del Comité Técnico Nacional de Transformación y Economía Digital IMEF.
Conforme los negocios se vuelven más digitales, la tecnología juega un papel preponderante para agregar valor y habilitar las estrategias y objetivos de negocio. Sin embargo, en sus balances tecnológicos aparece una nueva amenaza, la deuda técnica, que, similar a la monetaria, si no se paga y administra correctamente puede acumular intereses de tal magnitud que podrían llevarnos a la quiebra tecnológica, desapareciendo los beneficios de la transformación digital en nuestra organización y restando al retorno de las inversiones realizadas.
La deuda técnica se refiere a la acumulación de “faltantes” que se asumen en los proyectos de tecnología para obtener resultados rápidos y que por alguna razón no son considerados dentro del alcance original, pero que de una forma u otra tendremos que cubrir en el futuro con costos de corrección o reimplementación. Financieramente, en el IMEF la consideramos como un pasivo intangible que se acumula en el balance tecnológico de la empresa. Según investigaciones recientes, la deuda técnica representa hasta el 40 por ciento de los balances de TI y agrega entre 10 por ciento y 20 por ciento de sobrecosto en los proyectos de desarrollo tecnológico e innovación.
La deuda técnica la ocasionan diversos factores, siendo los más comunes: desconocerla, la desalineación de la TI a las estrategias del negocio, presiones comerciales, la pobre definición de los requerimientos por parte de los usuarios o su entendimiento por parte de los técnicos, no tener modularidad y flexibilidad, una mala asignación de recursos y hasta la enorme complejidad dada a las soluciones digitales a desarrollar.
En el IMEF consideramos que, desde una perspectiva financiera y de negocios, la deuda técnica aumenta el costo de mantenimiento y evolución de los sistemas en el largo plazo, limita la capacidad de competir, de responder a cambios en el entorno y a nuevas oportunidades, devalúa los activos tecnológicos al hacerlos menos escalables y más costoso de integrar, pero lo más importante, incrementa la probabilidad de fallas, brechas de seguridad, faltantes funcionales y riesgos de cumplimiento.
La deuda técnica no necesariamente es mala, el problema es no administrarla, lo que implica reconocerla, medirla y diseñar estrategias para su reducción progresiva, considerando, como en una deuda financiera, que una parte de ella es inevitable y llevarla a cero pudiera tener altos costos y riegos de no concluir nunca los proyectos.
¿Como manejarla? En primer lugar, definir qué significa para mi empresa para poder atenderla como un asunto de negocios y no como un problema técnico del área de TI. Después, formalizar el proceso de gestión y toma de decisiones con mecanismos para identificarla, cuantificarla, priorizarla en función a las áreas y proyectos que están en “banca rota” y asignarle recursos.
No gestionarla adecuadamente genera riesgos acumulativos que afectan el logro de los objetivos de negocio y pueden tener consecuencias graves, como: perder clientes, restar eficiencia operativa, reducir el retorno de la inversión, dedicar presupuesto de proyectos futuros a corregir los pasados, limitar la capacidad de adopción de nuevas tecnologías, vulnerar los sistemas por exceso de parches, deteriorar la experiencia de usuario, incrementar las primas de seguros de ciberseguridad, así como recibir multas regulatorias y perder reputación.
Concluimos entonces que la deuda técnica no es opcional, pero sí es administrable y debemos estar atentos a su adecuada gestión, de tal forma que liberemos el potencial de la transformación digital de nuestra organización, disminuyamos el riesgo de volvernos obsoletos y lo recomendable, que logremos un índice de solvencia tecnológica mayor a 1, al dividir nuestros activos tecnológicos entre el pasivo que esta representa.