La inflación en México volvió a inquietar a los mercados: en mayo de 2025 alcanzó 4.42 % anual, superando otra vez el rango objetivo del Banco de México. La subyacente —más persistente— se ubicó en 4.06 %.
Esto ocurre en pleno ciclo de recortes a la tasa de referencia, que ya se ubica en 8.5 % tras tres bajadas consecutivas. Ahora, con la próxima decisión de política monetaria a la vista, la Junta de Gobierno enfrenta un dilema espinoso: ¿debe seguir recortando o hacer una pausa estratégica?
El crecimiento económico no ayuda a despejar la duda. Banxico redujo su estimación de PIB para 2025 a apenas 0.1 %, y BBVA incluso anticipa una contracción de –0.4 %. El consumo privado se enfría, la inversión permanece anémica y el empleo formal avanza con lentitud. A simple vista, este sería terreno fértil para estímulos monetarios. Pero hay un problema: la inflación no coopera.
La mayoría en la Junta considera que el repunte es transitorio. Culpan a choques en agropecuarios y energía, y suponen que los precios volverán pronto a la senda descendente. Pero el subgobernador Jonathan Heath disiente: sugiere que una pausa sería más prudente hasta tener datos más claros. Es un punto válido. Las decisiones de política monetaria no se toman con fe, sino con evidencia. Y los datos actuales no respaldan del todo la narrativa optimista.
La apuesta por seguir recortando parte de varias suposiciones cuestionables. La primera es que este repunte inflacionario será pasajero. Pero si los choques de oferta se prolongan o contaminan expectativas —como ya ocurre en parte, con estimaciones de inflación general en 3.7 % para fin de año—, se pone en riesgo la credibilidad del banco central. El discurso de lo “transitorio” ya nos ha engañado antes.
Otra suposición es que recortar tasas impulsa automáticamente la economía. Sin embargo, si la confianza empresarial está debilitada por factores políticos o estructurales, el efecto de la tasa sobre el crecimiento puede ser limitado. Además, la tasa real sigue siendo positiva, lo que sugiere que aún hay margen para esperar sin comprometer la postura monetaria.
También se presupone que, ante una economía débil, el estímulo monetario es urgente. Pero si el problema es más estructural que cíclico —como parece ser el caso— la política monetaria se vuelve un instrumento de bajo impacto. En otras palabras: puedes abrir el grifo, pero si la cañería está tapada, el agua no fluye. De ahí que valga la pena considerar una pausa que permita observar si el sistema responde.
Una pausa no implica renunciar al ciclo de relajación monetaria, sino aplicar mesura. Sería una señal de que Banxico sigue enfocado en su mandato de estabilidad de precios, sin caer en reacciones automáticas. También permitiría evaluar mejor si los precios volátiles ceden y si la subyacente retoma su tendencia descendente.
Otra opción sería recortar apenas 25 puntos base —no 50— y acompañarlo con un comunicado claro y realista. Un recorte más modesto, pero firme en su compromiso con los datos, podría ofrecer flexibilidad sin sacrificar credibilidad. Porque si bien la política monetaria también es psicología, no debe confundirse con voluntarismo.
El tipo de cambio, que ha mostrado cierta presión recientemente, también podría verse afectado por un recorte agresivo. En un entorno donde la Reserva Federal mantiene tasas elevadas por más tiempo, una baja abrupta aquí puede alimentar la volatilidad. Y con ella, el riesgo de inflación importada.
Banxico no tiene margen para el error. Si recorta demasiado pronto y la inflación repunta, podría verse forzado a revertir el curso, dañando su credibilidad. Si se detiene ahora, gana tiempo para evaluar y corregir el rumbo si es necesario. El equilibrio es delicado.
Al final del día, la política monetaria no es una carrera de velocidad, sino de resistencia. Lo sensato sería resistir la tentación de recortar por recortar. A veces, no moverse también es una forma de avanzar. Porque, como en el ajedrez, una pausa a tiempo puede evitar un jaque innecesario.